Cena con diamantes

Alejandro se disculpó con la pareja de la mesa del al lado. Distraído como iba con los mensajes de su teléfono, no se había dado cuenta de lo cerca que había pasado del respaldo de la joven. El chico no le dio importancia y si lo hizo lo supo disimular. «Pimpollos», pensó y volvió a su asiento dando gracias porque le diera tiempo a regresar del aseo antes de que llegara Patricia. Esa noche, todo debería resultar perfecto. Jugueteó sin ganas con el aperitivo, se moría de ganas de poner los labios sobre una copa de Faustino. ¿Por qué nunca llegaba a la hora? Patricia salía a las cinco de la oficina, había tenido tiempo de sobra. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

Y LLEGÓ EL QUINTO

Y después del verano más largo de mi vida, aunque esto está aún por ver, llega al fin el quinto libro, mi tercera novela si descontamos los dos libros de relatos (El libro de las historias fingidas y el Libro de las historias subterráneas). Esta es la flamante portada:

Portada molona, ¿a que sí?

Peón blanco, dama negra es una novela del Cyberblues. ¿Y eso qué es? Habrás leído sobre el Cyberpunk, pero si el punk es un género músical en sí mismo, el blues tiene un protagonismo vital en el desarrollo de la trama.

El protagonista no en vano se hace llamar Jake Blues, un claro homenaje a su película favorita, en sustitución de una vida y un nombre que no recuerda. Su memoria ha sido borrada por las drogas a las que es adicto y que le permiten vender sus pesadillas a adinerados multimillonarios. Os dejo con la sinopsis que lo explica con más vehemencia que yo.


Sinopsis

Jake está acabado. Su vida es una mierda pero da igual, no se queja. Así es el mundo, así ha sido y así será. Nada cambia, nadie puede cambiar nada, ¿verdad?

Ahí está, tirado en la discoteca y escuchando una música que no le pone. ¿Dónde queda el blues? Olvidado en otro tiempo que ya nadie recuerda. Jake fuma un poco de Efi, se consume entre los vapores de la droga buscando un paraíso artificial y lo único que encuentra son pesadillas, pesadillas que recoge en su implante neuronal y que luego vende a cabrones ricos y degenerados.

Le quedan unos pocos días de vida pero se encoge de hombros, tiene ganas de acabar y mandarlo todo a tomar por saco. Su vida, el mundo, las pesadillas… A la mierda con todo.

Un traje, corbata, sombrero y gafas de sol, nada más importa. Solo quiere que se acabe ya. Entonces entra ella, esa diosa de ébano que sacudirá las últimas horas que le quedan y le dará la razón: la vida es una estafa y todos somos esclavos de esos cabrones que están arriba.

El problema es que él sí tiene la capacidad de cambiar las cosas. ¡Qué putada!

#peónblancodamanegra #edicionescívicas #leeresexy

 #escribirmola #novela #bluesbrothers #blues #cienciaficción #cyberblues

He estado de ferias

El año editorial, por llamarlo de alguna forma, se revela antes del verano. Durante el invierno, los autores también presentan libros y quizá con la mente puesta en esta época primaveral en la que florecen las casetas. Para los autores consagrados, es tiempo de posar, pero aún es más importante para los que nadamos en las procelosas aguas de no alcanzar los escaparates. Sigue leyendo

La flor del azar

El local estaba hasta arriba de gente. Las parejas tenían que alzar la voz para entenderse en una espiral ascendente de decibelios. Rober la miró con seriedad:
―Si te soy sincero, no pensaba que volvería a verte.
―No sé por qué lo dices. ¿Acaso te traté con desconsideración? ―preguntó Susana.
―En absoluto, pero en todo momento me pareció percibir que no conseguía conectar contigo.
―El amor es azaroso en extremo, Rober. No deberías esforzarte tanto y menos en una segunda cita.
―¿Esforzarme en comprenderlo?
―No, en agradar.
En realidad, lo que Susana no decía era que le había resultado un poco pelma y que acertaba al pensar que no tuvo intención de volverlo a llamar. Hasta que había surgido aquella ocasión. Y por eso estaban allí, aunque él aún no lo sabía.
―He de reconocer también que me ha sorprendido la elección del local ―prosiguió él, en un intento de congraciarse a la vez que desviaba el tema de una cuestión espinosa.
―Este… local, tiene una historia llamativa.
―Comenzando por el nombre, por supuesto ―comentó Rober, en una clara referencia a la ortografía del rótulo.
Susana asintió. La flor del azar partía, en efecto, de una intención errónea. Herminia, la propietaria, había querido homenajear su origen levantino, pero sus escasos conocimientos del castellano correcto le habían jugado una mala pasada. Cuando encargó el rótulo, olvidó la hache y hasta se permitió ignorar la pregunta bienintencionada del rotulista. De ese modo, había quedado sellado su destino hostelero. Cuando se lo explicó a Rober, éste se limitó a sonreír con suficiencia.
―De ahí su éxito.
―Su creciente aceptación como lugar de ambiente nació más bien de la capacidad de su dueña de adaptarse, de reconocer un error y seguir adelante como si tal cosa. Cuando se dio cuenta de la equivocación, no rectificó. Hizo del azar su aliado y seña de identidad.
Rober frunció el ceño, confundido.
―Herminia comenzó entonces a servir las tapas aleatorias. Te deja elegir de la carta lo que quieras acompañar a tu bebida, pero luego levanta una tapa al azar y es lo que te comes. Puede parecer insolente pero a la clientela, en lugar de enfurecerle, le hizo gracia y corrió de boca en boca. Desde aquel momento, no ha dejado de innovar en su dependencia del albur. Cuando empezó a servir menús del día, nunca sabías qué ibas a comer. Después pasó a las bebidas. Los parroquianos, cada vez más habituales, comentaban que descubrían cócteles a los que jamás hubieran concedido una primera oportunidad.
―Caray, el público es veleidoso ―dijo Rober, sorprendido de veras aunque preocupado por su intolerancia a la lactosa y a las gramíneas.
―No te preocupes, siempre podrás cambiar el plato con alguien de la mesa.
―En realidad es una mesa para dos, Susana, pero me alegra que estés tan bien dispuesta ―añadió, en otro vano intento de agradar.
―Ahí es donde radica, precisamente, la última novedad de La flor del azar. A partir de esta noche, las parejas de las mesas también se distribuirán de forma fortuita, según un sorteo que solo Herminia conoce hasta ahora. En un momento anunciarán la rotación. Como ves, no cabe un alfiler. La idea ha sido todo un éxito. Rober, de verdad, deseo que tengas mucha suerte esta noche.

Foto: La Nueva Crónica

Ese perturbador soniquete nocturno


Solo la intervención de Sor Carmela consiguió que Inés accediera a compartir temporalmente su dormitorio de la residencia para la tercera edad, insistiendo en la virtud de la caridad. «Pago para dormir sola, madre», le había dicho antes de claudicar en el confesionario. Desde el primer día, tuvo que soportar la molesta costumbre de Amalia de acostarse con un transistor pegado a la oreja escuchando los resultados deportivos, ese runrún insidioso que le impedía pegar ojo hasta que lo apagaba con un «buenas noches, Inés». «Pero, ¿le gusta el fútbol, Amalia?», le preguntó cuando no pudo más, incapaz de guardarse la cuestión por mucho que se lo hubiera prometido a su confesora. «Si todavía escuchase las noticias o la novela, podría comprenderlo…». La respuesta le llegó en un tímido susurro desde el otro lado de la habitación: «Es como volver a tener al Jacinto pegadito a mí»; después, la conversación fluyó hasta que una de las dos, cualquiera de ellas, se quedó dormida la primera.
Al día siguiente, la coordinadora le anunció que para el lunes volvería a estar sola. «De ninguna manera, Amalia se queda conmigo… Se lo prometí a Sor Carmela».

GENERACIÓN SUBWAY

«A través del ventanuco, vio que ya había amanecido. Tres correos pendientes parpadeaban en su teléfono. Los abriría en el ordenador y, de paso, echaría un vistazo a ese fondo de escritorio en el que estaba la mujer de sus sueños: Masako Fukuyama, con la mirada perdida en unos cerezos en el margen de la pantalla, ignorando su presencia.» 

Pedro P. De Andres en Generación Subway Breve

No puedo estar más orgulloso de formar parte de este proyecto. 

A la venta en papel exclusivamente a través del mail playadeakaba@gmail.com.
El precio es 15€, y lo recibirás en casa por MRW.

Si te quedas sin él te arrepentirás. Ha llegado la Generación Subway.

También puedes adquirirlo en formato digital (2,99 €) en: Generación Subway Breve (Vol. I)

CINTURÓN DE CHATARRA

Este relato ha sido publicado en la antología de relatos que el Taller Terbi de la Tertulia de Ciencia Ficción de Bilbao con motivo de su Vigésimo aniversario. Zorionak!

Cinturón de chatarra

Tengo las bodegas llenas. Esta órbita es una auténtica mina, el soplo era bueno. El espectrograma muestra una cantidad no inferior a los veinte mil escombros de tamaños diferentes, unos tres mil de dimensiones aptas para comercio.
Sí, el trabajo es tedioso. Contemplar a esta distancia un planeta azul en una galaxia de segunda tiene menos interés que las carreras de Velktrán, tan manipuladas por los reglamentos que solo las ven los promotores. Activar brazo, depositar escoria, recoger brazo. Comprobación rutinaria, estado aceptable. Catalogar y almacenar. Una y otra vez…
Dos viajes más y me retiro. Palabra. Mientras me desplazo al último punto de extracción, me dedico a interceptar imágenes de las primitivas comunicaciones de este mundo belicoso, feroz, receloso de sus absurdas territorialidades y culturas disgregadas.
El sopor me invade conforme sigo las evoluciones de esos personajes de vidas tan cómicas. Resultan divertidas al adoptar esas poses tan dramáticas. Tiene que ser por su diferente biología y estructura corporal. No me imagino tener un rostro como ese. De vuelta a la estación no mantendría relaciones ni con un waacka.
Salgo del sopor  con los audioculares sobresaltados. La alarma rebota por las paredes de la nave. Rumbo de colisión. ¿Cómo es posible? Un rápido vistazo al panel me indica que, durante mi sueño, he descendido a su atmósfera y un objeto se aproxima a velocidad endiablada. ¿¡Tripulada!? Se suponía que toda esta chatarra no era más que… El choque es inminente, no pueden verme a pesar de que mi camuflaje es bastante tosco. No hay tiempo para reprogramar, activo los escudos y cruzo dos esfínteres…, espero que me de suerte.
El impacto es brutal y caigo en la inconsciencia.
La nave está dañada y he perdido parte de la carga, pero estoy satisfecho. Los armadores han aceptado el material recuperado como parte del pago de las reparaciones y no me he endeudado demasiado. Con los últimos créditos dedico un trago a los siete nativos fallecidos en esa tosca lanzadera que llamaban misión 51-L Challenger.

CERTAMEN INTERNACIONAL DE RELATO ASTE NAGUSIA 2104

Aquí tenéis el relato con el que gané el Accésit a Mejor Relato Negro del Certamen Aste Nagusia de Relato Corto 2014. Está recogido en el libro “Historias de Bilbao en Fiestas”.

Justicia Festiva

Este es el relato con el que he ganado el Accésit a Mejor Relato Negro del Certamen Aste Nagusia de Relato Corto 2014. Está recogido en el libro “Historias de Bilbao en Fiestas”.
Son tres camaradas ocasionales, compañeros de trabajo y ahora socios en el crimen. Bajo la marquesina de un flequillo graso, Andoni resopla por los huecos de la nariz antes de sentar cátedra, como cada vez que habla.
—Os digo que podemos hacerlo, que lo vi en una película de esas de Navidad… Cuando esté mamado, se acojona y… ¡zas! Nos da el día libre.
—Ahora que lo mencionas, a mí también me suena —responde Iker. Siempre está de acuerdo con Andoni—. “Los fantasmas asustan al jefe”, o algo así.
Juanchu resopla y apura su zurito a la vez que alza una mano para que el camarero sirva otra vuelta. No necesita decir más. Es perro viejo, el veterano gruñón de la empresa. Hubo un tiempo en el que bastaba una alzada de sus gruesas cejas para que el pinche de turno tuviera que correr al aseo. «Cuando había pinches…», piensa una vez más con agujas en el estómago y se zambulle en la cerveza del vaso. Sabe que solo son sinsentidos de los otros dos, pero tampoco se impone. Es más llevadero tomárselo a broma y seguirles el rollo.
—Mira Iker. Te coges la furgo y la vaciamos. Juanchu, tú solo tienes que vigilar la puerta del «ogro». Estará dándole al de malta, como siempre… —Juanchu se deja llevar, ríe con ellos y hasta hace como que aporta planes alternativos. Apura la bebida, paga y se marcha a casa. Basta ya de tanta tontería.
***
«Cuadrilla de pusilánimes», dice en voz alta, aunque en realidad es un comentario para sí mismo. Le gusta la palabra. Pusilánime. Tiene un algo que imprime carácter a quien la pronuncia, como a Don Nicolás —el de latín—, que la utilizaba tan a menudo. Y Eleder Eskurtze la repetía constantemente, en especial cuando se refiere a sus trabajadores. «Corren a sus casas como conejos. Se pasan el día pensando en irse, no se implican en el proyecto de empresa». Para más inri, ahora le vienen con que quieren librar el viernes de la Semana Grande. Qué desfachatez. ¿Es que no se dan cuenta de lo mal que están las cosas? «Pues van de culo. A trabajar como cabrones o sino… ahí tienen la puerta», otra de sus máximas preferidas, la que lograba que el temor asomara al rostro de sus empleados, manteniéndolos doblegados.
***
Secuestrar a Mariajaia… Esta sí que es buena. Decenas de miles de personas en el recinto festivo y esos dos planeando un rapto a lo James Bond. Juanchu sonríe mientras introduce las llaves en la cerradura de casa. Bego le espera en la sala, viendo la ETB y él saluda sin pretensiones. Este trabajo me está robando la vida. Una rueda sin fin de jornadas de diez horas —o más— de cocina, de librar un día a regañadientes. Cuando llega solo piensa en echarse sobre la cama, cerrar los ojos y perderse en tinieblas.
—Buenas noches, cariño. —Parece que hoy está de mejor humor—. ¿Le habéis pedido ya el día grande al jefe?
Una larga inspiración. Se le encoge el pecho con solo pensarlo. Bego quiere ir a las barracas, pasear por el Arenal. «Como cuando éramos novios», le había dicho, coqueta.
—Está solucionado, mi vida. Y ahora, si no te importa, me voy a dormir, estoy hecho polvo.
Que me aspen si no se le ha iluminado el rostro ante la «noticia». Verás cuando se entere de que hemos ido a hablar con el «Ogro», pero que nos ha echado tal bronca que hemos salido del despacho con el rabo entre las piernas…
Secuestrar a Marijaia. Qué estupidez.
***
Apenas ha descansado en toda la noche y, para colmo, ha tenido que sofocar el llanto cuando, después de terminada la película, ha llegado Bego a la cama y se ha abrazado a su cuerpo. No recuerda la última vez que durmieron así, pegados hasta iniciar ese suave ronquido que había aprendido a tolerar.
Con los ojos irritados, deja caer la bomba en medio de un frenesí de cebollas peladas.
—Muchachos, no podemos secuestrar a Marijaia… —rostros compungidos que le miran. Andoni resopla y deja caer el cucharón que salpica de salsa la encimera—. Pero tengo un plan.
—Yo ya había hablado con los del grupo —interviene Iker sin dejarle continuar. A veces es un fastidio—. Me dejaban el aparato del humo para el escenario…
—Lo necesitaremos —le anima Juanchu, retomando las riendas del discurso—. Forma parte del proyecto. Lo haremos cuando ya haya empezado la Aste Nagusia y el ambientillo haya llenado las cabezas de todos en la ciudad. Después de todo, no sería creíble que apareciera antes de su llegada a la fiesta, ¿no?
Tiene la atención de sus dos compañeros. Están entusiasmados. Lee en sus rostros la esperanza, aunque también extrañeza.
—Si no la secuestramos, ¿cómo vamos a traumatizar al jefe? —Andoni remueve la salsa con brío renovado.
—Tú eres demasiado fino para el plan, Andoni. Necesitamos alguien más corpulento. —Se gira para señalar al joven—. Iker será Marijaia. Solo necesitamos un buen disfraz, una película y… el humo de los efectos especiales.
—La leche, Juanchu. Eres un genio —sentencia Andoni que se acaba de quitar un peso de encima. Planear un secuestro en la tasca es algo en que matar el tiempo entre cañas, pero ahora suena a posibilidad.
Juanchu se frota las manos en el delantal y se quita importancia: «La idea fue de vosotros dos. Solo he buscado una forma menos llamativa». Iker se rasca la cabeza por encima del gorro de cocina. No acaba de verlo claro.
—Pero Juanchu…, el «Ogro» no va creerse que soy Marijaia. Y menos con esta voz de cantante de rock.
—Melones. ¿Habéis oído alguna vez la voz de Marijaia? —pregunta Juanchu con el entrecejo que marca diferencias. Iker se achanta, no es cosa de llevar la contraria al viejo cocinero—. Entre los copazos y que la pobre no tiene cara de voz melodiosa… todo arreglado.
Juanchu no quiere pensar que se lo juega todo a una carta. No puede fallar a su Bego. «Ahí tienes la puerta», diría el jefe si le pide la jornada libre. Carajo, si ni siquiera viene un cliente a comer el Día Grande desde hace dos años. El restaurante está demasiado alejado del ambiente. Es por joder, no puede gozar de una fiesta. No soporta ver a la gente feliz.
Marijaia es la única esperanza.
***
Apura su copa. Adora el tintineo del hielo contra el grueso cristal. Están tramando algo, esa animación no es normal. Tengo que llamar a la asesoría, no me vayan a pillar desprevenido.
Revisa por segunda vez la columna de saldos bancarios y la cuenta de pérdidas y ganancias del restaurante. El contable externo le ha comentado que no debería quejarse, que otros se han visto obligados a cerrar y, sin embargo, Eskurtze todavía capea el temporal. Los últimos recortes en plantilla han mantenido en positivo el apartado de beneficios, si bien ya no son tan cuantiosos como solían. «Me importa un pito la crisis. Estoy en esto por la pasta». Rellena el vaso y una idea le da vueltas. Tal vez pueda reducir salarios ya que no puede despedir a nadie. No si quiere cubrir los mínimos… Una amenaza con la puerta y fijo que aceptan la rebaja de sueldo.
Está a punto de tragarse un hielo del susto. Dos golpes secos en su puerta han disipado todas sus previsiones. Anonadado, busca en el vaso una respuesta al estupor. Baja los pies de la mesa con el vello desplegado sobre la nuca, aunque no se atreve a ponerse en pie. Como si fuera menos vulnerable tras el parapeto que le ofrece el vetusto escritorio familiar. «Si es un robo, evita mirar en dirección al escondite de la caja», piensa a toda velocidad, pero calmado ante la amenaza.
Vuelven a llamar, pero esta vez Eskurtze no se asusta, ni siquiera cuando un tenue vaho azul se filtra con timidez por debajo de la puerta. Como si viviera la experiencia a través de una cámara de video distante, escucha su propia voz que dice «adelante».
La puerta se hace de rogar. Quienquiera que sea no tiene prisa, no hay violencia en el movimiento. Entre el vapor sobrenatural aparece una silueta rígida, los brazos en alto. Eskurtze tiene tiempo de extrañarse. Suele ser el atracado el que los levanta cuando es encañonado… Nada le ha preparado para lo siguiente.
—Soy el espíritu de la Aste Nagusia pasada y… futura.
Esa voz. Qué leches… Un blusón morado partido por un florido pañuelo.
—¿Qué significa esto? —arranca por fin a preguntar, mientras se frota los ojos. Se está empezando a cabrear y siente la presión arterial bombear a toda máquina.
***
Juanchu llega el martes temprano al restaurante. Se acostó tarde. Bego le pidió que se quedara con ella a ver la película y el nuevo estatus entre ambos le animó a aceptar la tregua. Como de costumbre, abre la cocina y enciende luces y aparatos. Está ansioso por conocer el resultado de la «fechoría» nocturna. No confía demasiado en Iker. Es un joven atolondrado, pero tuvo que dejarlo en sus manos. Ahora que lo piensa, ha visto el coche del «ogro» en el aparcamiento y eso no presagia nada bueno; no suele madrugar tanto y es animal —nunca mejor dicho— de costumbres. Con el estómago encogido se aleja de los fogones en dirección al despacho. No se pierde nada con echar un ojo y tantear el terreno.
La puerta del cubil está entreabierta, pero no se oye nada. Ni siquiera un madrugador tintineo on the rocks. Lo que descubre al trasponer el umbral le deja estupefacto, llenándolo de horror y profunda culpabilidad. En su sillón, con la tez abotargada y violácea, está sentado lo que queda de Eleder Eskurtze. Sus restos mortales. No hace falta ser un forense para saberlo, aunque despliega la tapa del móvil con destreza para llamar al 112. Antes de marcar, ve en la pantalla que tiene un mensaje de Andoni. El corazón vuelve a dar un porrazo en el pecho de Juanchu y lo abre apresuradamente.
“Operación demorada
no hay disfraz para Iker
martes prestan blusa rosa
volvemos a intentar
hablamos luego”.
***
Es el Día Grande de Bilbao. Suena el txupinazo que da comienzo a la jornada. La ciudad estará más animada que nunca, pero Juanchu no puede evitar sentir una carga en el pecho al colocar el cartel de «Cerrado por Defunción». Mientras cierra la puerta del establecimiento, ve el reflejo de Marijaia en el cristal. “Qué carajo…”. Se gira pero solo ve a Begoña que espera en la acera, feliz, como cuando eran novios. Su sonrisa disipa todas las sombras.

FUMATA BLANCA


La cámara secreta mejor guardada del mundo. Custodia objetos que, de darse a conocer, cambiarían la Historia.
Acaba de calzar las sandalias del pescador. Penetra en la estancia con temor reverencial. El séquito queda fuera. Solo él puede utilizar la gran llave de oro. Sobre la mesa central, rodeada de libros cuya existencia se ignora, una caja. Se inclina sobre ella. No hay instrucciones de su antecesor. Él tampoco podrá dejarlas. Pulsa un botón y descuelga el auricular. Se sobresalta al sonido de… estática.
—¿Sí? —la voz tonante llena la cámara.
—¿…Señor?
—Hijo, estos mandatos te doy…

***
Abandona la estancia con paso tembloroso. Mucho que asimilar. Tres pares de ojos dejan de observar entre las sombras y desconectan un aparato.

—Ya es nuestro…

RE-VOLUCIÓN

Domiciano saluda con el puño en alto al desvaído poster del Ché y recoge la bandera comunista enarbolada en cientos de asambleas durante la Transición. Es el momento. Las redes sociales han reaccionado ante el dominio de los políticos sobre una sociedad aletargada. Se estima que serán miles los jóvenes que se concentrarán en la capital para protestar. Domiciano se enorgullece de ver, por fin, un viso de rebeldía en su indolente nieto. Juntos salen a la calle.

Dolores abre la puerta al abatido sindicalista.
—¿Qué ha ocurrido, Domi? ¿La nacional dando palos de nuevo?  —pregunta al ver la opacidad en los ojos de su marido.

—Protestan contra la baja calidad de Internet, Lola. Quieren más ancho de banda…