
Había prometido al padre, en su lecho de muerte, que iría al Conservatorio, con la condición de que nadie elegiría el instrumento por él. Las posibilidades eran abrumadoras. Desde el retumbar de timbales a la metálica expresión de un saxo. Ella era una barbiana de color caoba, con unas curvas que enmarcaban su cintura elegante. Te quiero a ti, dijo. Recibió una sonrisa y una aclaración a cambio.
Me llamo Chelo, Violon Chelo.