La música te hará feliz

Había prometido al padre, en su lecho de muerte, que iría al Conservatorio, con la condición de que nadie elegiría el instrumento por él. Las posibilidades eran abrumadoras. Desde el retumbar de timbales a la metálica expresión de un saxo. Ella era una barbiana de color caoba, con unas curvas que enmarcaban su cintura elegante. Te quiero a ti, dijo. Recibió una sonrisa y una aclaración a cambio.

Me llamo Chelo, Violon Chelo.

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MaskTinder

La nueva aplicación de contactos es un pelotazo, todo el mundo quiere saber qué es eso de las citas en carne y hueso. Para su primer encuentro, la chica gato pasa del protocolo —nada a la vista— y tiene el atrevimiento de aderezar su traje de cuero con un antifaz que muestra unos labios que claman por un beso. El hombre araña, protegido de su timidez suprema tras una máscara integral, y abrumado por tanta cercanía, le confiesa que es modelo de lencería. La relación va aprisa, pero necesitarán cinco cenas más para pensar siquiera en tener sexo cuerpo a cuerpo, sin ceros ni unos.

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Puntualidad


«Llego tarde, llego tarde, la fiesta habrá empezado ya…», murmuraba una y otra vez mientras los anteojos se le empañaban por efecto de la condensación del sudor. Llegaba tarde, sí, y para un obseso de la puntualidad como él era una sensación insoportable. Corrió como nunca, con el rabillo del ojo puesto en su reloj de cadena. Corrió e ignoró a todo el mundo, incluida aquella niña tan fastidiosa. Cuando por fin llegó a la fiesta ya había concluido, pero al sombrerero y al gato no pareció importarles en absoluto.

Regocijo

Hilaria se abrió paso en silencio entre las que rodeaban el cadáver. Bajo el sol del mediodía, una miríada de insectos volaban ya sobre el cuerpo. A pesar de la autoridad que irradiaba, le costó hacerse un hueco en el círculo. Cuando por fin llegó al centro, se detuvo a observar unos instantes. Ser la primera era su privilegio. Se pasó la lengua entre los labios y se abalanzó sobre las costillas abiertas. Las risas del resto de las hienas acompañaron el festín de su líder.

… sin pecado concebida

El sacerdote le dio la absolución. Doña Blanca se había acusado de mantener, a espaldas de su marido, un romance secreto con Tomasito y no había escatimado detalles. Si le imponía una penitencia leve, puede que ella intuyese que no la creía y lo que el cura deseaba era la felicidad de Doña Blanca, aunque fuera tan solo en su más íntima fantasía.

Están entre nosotros



El viento arrastraba los restos del compuesto Y-629. En su celda de la prisión de máxima seguridad de Copenhague, el profesor Franz, aferrado a los barrotes, mantenía a gritos su versión, lo había hecho para salvar al mundo de los invasores infiltrados de otro planeta. Reducidos al cinco por ciento de su anterior demografía, los supervivientes dudaban aún si repoblarlo o llamarlo de nuevo Edén.

Milagros, los justos



El embalsamador jefe, agotado, dejó caer el frasco de ungüento sobre la mesa de operaciones. «No puede ser, logré este puesto porque jamás he fallado en mi labor», masculló. En veinticinco años de carrera, solo había obtenido menciones y parabienes. Sin embargo, con el diácono habían fracasado todas sus técnicas, tanto las clásicas como las innovadas por él mismo. Una sospecha se hizo hueco en su frustración. Giró en la silla para encarar el ordenador. Una clave tras otra le impedían el acceso al registro de procedencia. Con el hedor del cuerpo en sus fosas nasales, llamó a Ramírez, el subsecretario. «¡Qué diácono ni qué narices! Lo que tienes sobre tu mesa es un concejal multimillonario».

Soñó que moría de lunares

La profética pesadilla cambió su mundo. Dejó su carrera como jockey porque empezó a aborrecer los puntos de colores de su vestimenta. Renunció a comer albóndigas por su disposición sobre la salsa del plato y era incapaz de soportar la visión de un vestido de faralaes o los de la mismísima Minnie Mouse.
Nadie le advirtió que, por ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca, se podía también morir de amor.