
El historiador deportivo había analizado la evolución del fútbol desde sus inicios en la Gran Bretaña. Los dos primeros volúmenes del ensayo le habían parecido, de inicio, brutales y primitivos. Se relajó al llegar a la era tecnológica, con las consultas en diferido que resolvían jugadas dudosas, para continuar en la etapa predictiva en la que potentes ordenadores decidían los resultados en base a datos como los contratos de los jugadores, las lesiones y posibles variaciones tácticas. Se entretuvo poco en relatar, con multitud de referencias bibliográficas, cómo los entrenadores, con sus propias inteligencias artificiales, eran capaces de anticipar sus estrategias a las a predicciones oficiales, con la consiguiente caída en Bolsa de las acciones de las casas de apuestas deportivas. Cerró el archivo en su pantalla táctil, se colocó las gafas sobre el cada vez más escaso cabello de su cabeza y suspiró. El último capítulo, la próxima y anhelada Copa del Mundo, se escribiría sobre el césped de un Maracaná a rebosar.