Gavilán abrió los ojos y esperó a que pasaran esos minutos de desorientación. No le sorprendía el hecho de estar desnudo y acompañado, no recordaba haber usado pijama en su vida. Lo insólito era no sufrir con la resaca. Se levantó y bebió agua del grifo, más por costumbre que por necesidad. Con el vaso del lavabo aún en la mano se sentó a horcajadas sobre la silla del escritorio; el respaldo solo dejaba a la vista cabeza y extremidades. Daba sorbos distraídos con la mirada fija en la mujer que dormía boca abajo sobre la cama.

—Buenos días, preciosa. Sí, me acuerdo de tu nombre: Susana. Y de que trabajas en una editorial. Estás dormida, puedo hablar sin pavadas. Espera…, no te muevas —Gavilán se levantó y descorrió la sábana que tapaba la parte baja de su espalda. Continuó el monólogo tras sentarse de nuevo en la misma posición de antes—. Mejor así, no tienes nada que esconder, por mucho que anoche dijeras que no te gustaba tu propio trasero y lo mucho que vas al gimnasio para mantenerte en forma. Sé que no me creíste cuando te dije que no te hacía falta, que era cojonudo y entonces preguntaste cómo es que lo sabía. Qué pregunta… Me lo comía con los ojos cada vez que te movías por el pub o cuando fuiste al baño a “empolvarte” como lo llamáis.
»Hemos pasado la noche juntos, tomando tónicas sin ginebra y tú refrescos light. Acabamos en la habitación, en la tuya y a pesar de todo, me da un corte de la leche arrimarme mientras duermes. Supongo que no te importará si te miro más de cerca. Dios, qué bien hueles, ¿sabes? Es la primera vez que me despierto sereno con una tía al lado. No te he contado nada de esto. Si te llego a decir que llevo solo dos semanas fuera de la clínica de borrachos anónimos te largas de la misma. Ya no soy el mismo gavilán de antes, pero todavía sé cómo engatusar a una chica.
»Antes no hubiera sido capaz de hablar de todo esto, ni de coña. Pero las sesiones me acostumbraron a desembucharlo todo. Y es verdad: sienta de cojones. Me alegro de que no me conocieras antes, te lo juro. Era un bastardo cabrón con todas las mujeres. Solo me atraían las jovencitas… No, nunca he sido un pedófilo de esos, joder. Eran mayores de edad siempre, pero yogurines. En cambio tú…
»Me gusta acariciar tu espalda sin que te enteres, surfear esas ondas tan femeninas. Cómo me ponen. Escucho el rumor de tu respiración indefensa y en calma. Pareces tan confiada. Me gustas un montón, ¿sabes? He necesitado una vida para darme cuenta de lo solo que la he vivido. Me gustas, pero no te lo voy a decir. Me darás un beso y dirás que ha sido una noche genial y que ya nos hablamos, aunque sé que no volveré a verte. Sé que solo nos conocemos de una noche, que no puedo estar tan pillado. Tal vez.
»No merezco ser feliz, he hecho desgraciadas a demasiadas mujeres, es mi castigo. Moriré como he vivido: solo. Has de saber que me gustas y que creo que podría vivir contigo el resto de mi puta vida. Quería decirlo aunque no me atreva a hacerlo a la cara.
Susana levantó la cabeza y agitó sus rizos oscuros, casi negros. No tenía cara de dormida y sí una sonrisa divertida.
—No seas tonto, Gavilán. Esta vez eres tú la presa.