Presentaciones de "El libro de las historias fingidas"

Comparto con vosotros, queridos lectores, los vídeos de las presentaciones de «El libro de las historias fingidas» en Madrid y Bilbao. Podéis encontrar también fotografías del evento.
Gracias por estar ahí y, los que no pudisteis estar presentes, por todo vuestro apoyo.

Un abrazo enorme.

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Próxima presentación en Bilbao de "El libro de las historias fingidas"

El próximo 15 de abril, una vez pasadas las vacaciones de Semana Santa, tenemos una cita en el Edificio la Bolsa, en el corazón del Casco Viejo bilbaíno (calle Pelota, nº 10) con Pedro y Zade, los protagonistas de «El libro de las historias fingidas». Me acompañará en la mesa la escritora Mª Carmen Azkona (Patchwork 2012) y contaremos con la actuación de Joaquín Ponte, perteneciente al Colectivo de Narración Oral Alabazán. Estáis todos invitados.

 

Resort 5*

No se lo podía creer.
—Pero si tienes piña natural, mango, aguacates y una deliciosa ensalada de langosta con frutos del mar.
—El truco habitual para engañar a los turistas…
—Mujer, el hombre barbudo de las puertas nos lo dejó bien claro.
—Ya sabes lo que pienso sobre la censura y las restricciones —contestó ella, agitando su melena cobriza.
—Hay ocho restaurantes temáticos y un vegetariano de lujo. Elije uno, el que prefieras, tienes a tu disposición cuanto de comestible hay en la flora y en la fauna… Pero por favor, Eva, otra expulsión no.
—He dicho que me comeré la manzana y punto.

Presentación de "El libro de las historias fingidas" en Madrid

El libro de las historias fingidas va a vestirse de largo y lo hará el próximo día 21 de marzo, a las 19:30, en el salón de actos de la Asociación de escritores y artistas españoles, calle Leganitos 10 de Madrid.

El acto será presentado por el escritor Emiliio Porta —este espacio es demasiado breve para hacer una semblanza de su impresionante curriculum— y por la también escritora Mª Carmen Azkona, a quienes, de antemano, agradezco de todo corazón su gesto, así como el impulso que me han brindado para llegar hasta aquí.



Será un honor contar con vuestra compañía. Además, me ayudaréis a pasar el trago del debutante ante el público.

Está pendiente de determinar el lugar y fecha para la presentación en Bilbao, que será después de la Semana Santa.

Foto de familia

Martina llevaba el nombre de su abuelo y era lo único que había hecho por ella. Nunca logró comprender por qué llevaba el de un ser ausente y al que no se nombraba en casa, sobre todo desde que su padre, un alto cargo del partido en un Ministerio, discutiera con la tía Brígida. Sabía por sus primas que estaba vivo y que residía en el extranjero, pero poco más. Cuántas veces se preguntó, siendo una niña, por qué ella no podía, al igual que sus compañeras del colegio Santa Patricia, recibir dulces en Navidad o escuchar a su abuelo contarle un cuento. El bigotillo de su padre se fruncía ante la mera mención de su progenitor e, incluso, le propinó un sopapo el día de su Primera Comunión… Jamás le perdonó haber tenido que posar ante el altar con media cara enrojecida. Y se lo pagó con una actitud rebelde, sobre todo durante los años de universidad. Época de consignas revolucionarias ante hileras de uniformes grises.

«Parezco una anciana perdida en sus recuerdos», pensó Martina, mientras miraba, a través de la ventanilla del tren, los bosques cerrados. «Qué demonios hago aquí, dirigiéndome hacia un pueblo perdido en los Alpes, con la de trabajo que tengo pendiente en la notaria».
Nieta… Se había referido a ella como querida nieta y con sus letras demostraba saber de ella mucho más de lo que ella conocía sobre él. Porque Martina, harta de recibir silencios y negativas, encerró, en una caja de muñecas, su recuerdo junto a los restos de la infancia. En la misiva le rogaba que se reuniera con él, sin embargo, no explicaba los motivos que le impedían viajar a España ni el porqué de su distanciamiento secular. Solo había recibido de su abuelo más preguntas e incógnitas, además de aquel extraño llavín con el que no dejaba de juguetear. ¿Qué se había removido en sus entrañas para decidirse a viajar? Quería pensar que era un acto más de rebelión ante su padre, con el que hacía tiempo que no se hablaba, pero sabía, en lo más profundo de su alma, que había algo más. Tal vez una llamada de la sangre, un modo de cerrar heridas o de pasar esa página de su vida.

***

Su francés era más bien escaso y los lugareños no eran ni hospitalarios ni bilingües. Tuvo que hacer un esfuerzo en la estación para hacerse entender y pedir un taxi. No había tal cosa en el pueblo y, más por señas y gestos que por palabras, le dieron las señas de Pascal, que tenía voiture, palabra que sí había aprendido en las monjas. Con el sobre en la mano para mostrar la dirección que buscaba, llamó a la puerta del tal Pascal.
—¿Pascal? —preguntó con timidez Martina. No tenía claro si podría hacerse entender—. Je voulé…
—Entra, paisana. No te esfuerces tanto —contestó el hombre con rudeza. Martina se quedó en la puerta, renuente a entrar en el hogar de un extraño, aunque hablara español sin acento—. Puedes llamarme Pascual —añadió, adentrándose en la casa sin esperarla.
Se sentaron a la mesa de la cocina. Era rústica, pero estaba limpia y unos pimientos rojos se secaban en tiras colgados por encima de la chapa de leña. Martina se sintió a gusto, pese a todo.
—Siento mucho lo de tu abuelo, niña —dijo Pascual de sopetón y de golpe se quedo callado.
A Martina le temblaba el labio inferior y trató de resistir el escozor repentino en los ojos. Quiso convencerse de que era rabia por un viaje en balde.
—Entonces, ¿he llegado tarde? —preguntó en pugna con su propia voz.
Pascual asintió y echó mano al bolsillo, de donde sacó un paquete de Gauloises. Martina rechazó el cigarrillo ofrecido y él encendió uno con lentitud, mirando al techo, como si rebuscara entre sus recuerdos.
—Hacía días que el viejo Martín no bajaba al pueblo. Ni a comprar. —Dio una larga calada y continuó—: No me gusta molestar a nadie, pero se me hacía demasiado raro… Subí a la cabaña por primera vez desde que se la había alquilado.
»Lo encontré en su cama, con el rostro en calma. Está enterrado en el cementerio de la parroquia —añadió señalando con el pulgar a su espalda, como si Martina ya supiera dónde se situaba la iglesia.
Martina, sin saber por qué, sacó del bolso el sobre con la carta y se la mostró. «Él quiso que yo viniera a visitarlo, ¿sabe?», comentó a su anfitrión. Pascual se encogió de hombros.
—Me vendrá bien que alguien retire sus cosas. Si estás preparada, yo mismo te subiré en el coche.
***
Martina abrió la puerta de la cabaña. Los recuerdos de la ausencia se mezclaban con el polvo que el aire agitaba en la entrada. Se sintió como una intrusa. Una vez dentro, se demoró encendiendo, una por una, las lámparas del salón, recubierto de madera. Nadie hubiera dicho, ante el tosco aspecto del exterior, que aquello fuera algo más que un refugio alpino. Conforme la luz arrinconaba las sombras, Martina abría cada cajón en riguroso orden. Era una dilación voluntaria ante la llamada silenciosa que provenía del dormitorio, el retraso de un momento temido y ansiado al mismo tiempo. Volvió al salón y se sentó frente a la chimenea, ahora fría y desolada, como hubiera hecho él, sintiendo el peso de los años y de la historia viva. Sus ojos quedaron prendidos en la araña de cristales brillantes que colgaba del techo. De ahí pasaron a la biblioteca. ¿Qué mejor manera de conocerlo que a través de sus lecturas? Apoyó ambas manos en los reposabrazos para salir del mullido acomodo al que se había dejado llevar por unos minutos. Se entretuvo, con maniática insistencia, en cada cajón y balda de camino a la estantería. Un mechero de gasolina, necesitado de piedra y combustible, era el único objeto fuera de uso. El resto: pañuelos alineados, impolutos manteles o calzado bien lustrado parecían esperar a su dueño, como si, de un momento a otro, la puerta fuera abrirse y el abuelo, tras sacudirse la nieve de las botas, se acercara a descansar junto al fuego. ¿Por qué ese retiro remoto? ¿Qué verdad escondía esa cabaña de troncos? Martina dilataba las respuestas, mientras miraba la bien surtida colección de narrativa y pensamiento. Nada llamaba su atención. Con el acicate de una decepción anticipada, empujó el picaporte de la habitación, lugar en el que el abuelo pasó sus últimas noches. Como cabía esperar era un dormitorio espartano, una cama estrecha, la mesilla con su lamparita, un espejo con palangana… y debajo de la ventana, pegado a la pared, vio un cofre con un paño bordado sobre la tapa. Cogió la llave que tenía colgada al cuello y la deslizó con facilidad en la cerradura. Dudó unos instantes antes de abrirlo y contuvo la respiración cuando por fin lo hizo. Después de todo, no era más que un viejo álbum de fotos que reposaba sobre un uniforme de miliciano. Al abrirlo, cayó de entre las hojas un documento, tan ajado como las fotografías que lo acompañaban: la denuncia que lo había obligado al exilio, firmada por su propio hijo.

El libro de las historias fingidas

Hoy quiero compartir mi alegría. La editorial Atlantis, a través del sello Netwriters, va a publicar mi primer libro, titulado «El libro de las historias fingidas». ¿Un libro de relatos? ¿Una novela? Al igual que las Mil y una noches, tiene un poco de ambas. Os invito a descubrirlo por vosotros mismos, queridos lectores.
Prometo manteneros informados acerca de las fechas (próximas, marzo o abril de este mismo año) de publicación y las presentaciones, que serán en Bilbao y en Madrid, en principio.
He creado un espacio propio para los personajes de esta nueva aventura (El libro de las historias fingidas) y ya tenéis a vuestra disposición el book-trailer:

Con todo mi cariño.

FUMATA BLANCA


La cámara secreta mejor guardada del mundo. Custodia objetos que, de darse a conocer, cambiarían la Historia.
Acaba de calzar las sandalias del pescador. Penetra en la estancia con temor reverencial. El séquito queda fuera. Solo él puede utilizar la gran llave de oro. Sobre la mesa central, rodeada de libros cuya existencia se ignora, una caja. Se inclina sobre ella. No hay instrucciones de su antecesor. Él tampoco podrá dejarlas. Pulsa un botón y descuelga el auricular. Se sobresalta al sonido de… estática.
—¿Sí? —la voz tonante llena la cámara.
—¿…Señor?
—Hijo, estos mandatos te doy…

***
Abandona la estancia con paso tembloroso. Mucho que asimilar. Tres pares de ojos dejan de observar entre las sombras y desconectan un aparato.

—Ya es nuestro…

¿PASADO O FUTURO?

Sentado en el lugar prominente observo a los retoños compartiendo el espacio cubierto delante de la caverna comunal. El mío, tan parecido a mí en todo, domina claramente el juego. Lanza la piedra como nadie. Acaricio mi arma. Está pulida con mimo y me ha ganado el sobrenombre de «bueno-más-bueno» por mi habilidad. Nadie osa enfrentarse a mí ahora, y menos cuando, ante un lance de juego que no me ha gustado, increpo a los demás con mi voz poderosa. Pido a mi vástago que lo golpee duro en la cabeza. Cuando veo los efectos, sonrío satisfecho. Lo estoy preparando para el futuro.

MICROCUENTOS DE VERANO II

Esta noche toca microcuento y es uno bastante especial, porque mis compañeros del grupo Gigantes de Liliput en la red Netwriters lo votaron como medalla de oro en su, hasta ahora, última edición. Espero que os guste. Feliz verano.

¿Volver a empezar?

Después de contemplar durante eones las consecuencias del Big Bang, la expansión de la materia, la creación de galaxias, mundos, púlsares y quásares, tiempo durante el que civilizaciones primitivas surcaron las estrellas y entes de energía pura decayeron en la más profunda oscuridad, el Gran Albañil se aburrió de esperar a que ocurriera algo nuevo. No podía aguardar a que el Universo implosionase hasta convertirse de nuevo en el Ladrillo Infinitesimal. Lo juntó todo con sus manos de dimensiones inabarcables, hizo una bola y lo recicló por completo. Fundido a negro.

SANGRE HERÉTICA

Sangre herética


Mi objetivo brillaba para mí como un faro fosforescente en la oscuridad, entre las luces de la gran ciudad. Tres saltos más y estaría en la azotea del rascacielos de enfrente. Tenía una vista precisa de los ventanales tras los cuales se movía, creyéndose a salvo entre las sombras de su apartamento de alto standing. Mi amo me había prevenido: «Guárdate del astuto hechicero. Eres inmune a la magia, pero no lo subestimes ».
Me relamí los colmillos contemplando el resplandor de las velas en la estancia contigua. ¿Un pentáculo? Bah. ¿A qué esperar? Tensé los músculos para el salto definitivo y atravesé el ventanal con estrépito de esquirlas de vidrio. Su encantamiento de protección evitó que resultara herido, pero lo desactivó en cuanto posé mis cuartos traseros sobre su moqueta de lana.
—Te esperaba, demonio —dijo con una superioridad que estaba lejos de sentir.
—Lo sé. —Rugí en la lengua humana. El temblor de sus pupilas delataba su pavor.
—Quiero hacer un pacto contigo, Asmodeo.
—¿Qué puedes ofrecerme a cambio de tu existencia? Llevas tres siglos ocultando tu identidad entre los mortales, pero has enfadado a la gente equivocada.
—Te propongo un cambio de dieta…
—Soy un demonio cazador —interrumpí—. Tu carne me proporcionará placer suficiente.
—¿Y si te digo que tus limitaciones impiden el gozo de placeres que no imaginas? Sé que puedes adoptar forma humana. Hazlo y sígueme.
—No caeré en un truco tan burdo.
—¿Qué tienes que perder? No soy contrincante para ti…
Su zalamería no me engañaba, a la menor señal de trampa lo destrozaría de un zarpazo.
—No intentes nada. Puedo devorarte durante una agonía de horas. No te lo recomiendo.
La advertencia no cayó en saco roto. Hizo un gesto con las manos abiertas pidiendo una tregua. Me picaba la curiosidad y le seguí hasta la estancia en la que él encendió las velas mientras yo lo vigilaba. No se trataba de nigromancia, al fin y al cabo. Era un banquete.
—Debe tratarse de una broma. Te he dicho que soy un carnicero.
—Abre tus sentidos, en especial el del olfato. En esa forma humana eres sensible a los aromas más selectos.
No confiaba en él, mas tenía tiempo de sobra antes de regresar al Portal Infernal. Podía seguir su juego un rato, antes de… Fue como un choque, una lujuria de fragancias que invadieron mis fosas nasales. Venteé con las aletas de la nariz extendidas y me acerqué a la mesa. Él se alejaba con cada movimiento que yo hacía para rodear la mesa, llenando mi visión de colores y formas comestibles en las que jamás hubiera reparado. Había captado mi atención, aunque no lo perdía de vista con el rabillo del ojo. Estaba concentrado en la sinfonía de olores y perfumes prometedores. ¿Y si tenía razón? Cogí un fruto encarnado que rellenaba mi palma como si formara parte de ella. Acaricié la pelusilla de su piel y volví a olerla. Era la quintaesencia de los efluvios. Me atrapaba y me seducía. Temía el momento en que tendría que retornar a la pestilencia del tercer infierno donde residía entre invocaciones. ¿Cómo había podido vivir alejado de perfumes tan sublimes? En medio del éxtasis que me embargaba, percibí el sudor en la frente despejada del hechicero durante la tensa espera.
Me lancé a un frenesí de glotonería. Los sabores, hasta ahora desconocidos, multiplicaban las sensaciones olfativas. Por Lucifer. Empezaba a pensar que lo del Averno era realmente una condena. No había cosas así allá abajo. Mi presa sabía lo que se hacía. Cuando mis sentidos amenazaban con saturarse, se abrió una puerta al fondo. Me puse en guardia de inmediato, dispuesto a pagar con sangre ajena cualquier emboscada. Sin embargo, nuevas sorpresas me aguardaban. Dos mujeres completamente desnudas entraban en la estancia ejecutando con sensualidad los pasos de una melodía que se insinuaba a través de altavoces ocultos. Me quedé en cuclillas sobre la mesa, desde donde podía saltar a la menor señal de traición. Ambas bellezas continuaban su danza sin que mi actitud recelosa las sorprendiera lo más mínimo. Se acercaron por turnos, sin dejar de contonearse al ritmo de esa música que llenaba mis oídos de sensaciones novedosas, desplegando ante mis ojos cada pliegue, cada curva de sus cuerpos flexibles. Tampoco dieron muestras de inquietud cuando, más relajado, me incliné sobre el vientre de la más alta, que en ese momento se estiraba como un felino sobre el tablero de la mesa y abrí mi olfato a un nuevo universo sensorial. Lo que me brotaba del bajo vientre no era ya el furor vengativo o el ansia del cazador nato. Era un calor desconocido, que vigorizaba mi espíritu en cada pulgada de piel. Cada bocanada aceleraba mi respiración conforme mi nariz, ese apéndice diminuto y ridículo capaz de hazañas imposibles para mi hocico diabólico, se deslizaba sin reparos por cada rincón de la joven que pareciera digno de ser explorado. Su compañera de actuación pareció prestarse de buen grado al juego y tuve así la ocasión de poder gozar del solaz de las comparaciones.
—¿Y bien…? —Me interrumpió con osadía el mago. Se estaba confiando.
Con un rugido sincero, detuve el arrebato a regañadientes. Debería haberlo matado por su atrevimiento. Había cumplido lo que ofrecía y, sin embargo… En menos de lo que tarda un pensamiento, tenía mi cara pegada a la suya. Leía el terror en su mirada, incapaz de suplicar por su vida. Había recuperado mi ser demoniaco y le amenacé con una sonrisa llena de colmillos.

Los dedos de una mano, insípidos y sin aroma, eran un justo precio. A mí me lo parecía y, al fin y al cabo, era yo quien tomaba las decisiones. Una mutilación tan insignificante no lo mataría y si me iba a quedar en ese plano de existencia renegando de mis orígenes, sería mejor que contara con alguien que me iniciase en la gastronomía y demás placeres de la vida humana.