Esperanza desea pasear descalza por la playa y robar sonrisas a los chicos a su paso. Anhela un bocadillo de salami al sol, volar con su cometa o correr los cien metros lisos. Codicia eso y más, todo lo que el dinero de su padre no le puede conseguir. Hasta el último minuto aguardará esa llamada que le diga que, por fin, hay un donante que le salve la vida.
gigantes de Liliput
Doce casas
Su cuerpo, adelgazado por la insustancialidad, completó el ascenso por los escalones. Ante él se alzaba una docena de templetes, las casas del Zodiaco. Sigue leyendo
El páramo
Cuando el enésimo charlatán me ofertó la desaparición de las visiones horribles en mis sueños, de todas y cada una de mis imágenes oníricas en realidad, no intuí que mi destino era caminar dormido por una llanura baldía con el polvo que levantan los pies como único acompañante. Ahora busco, en el silencio y la grisura, un vendedor de quimeras que me devuelva las pesadillas.
Ludopatía
El sueño de sus sueños
Por una vez, Sarah no tendría que enfrentarse a la decisión rutinaria entre cereales y somníferos o cereales y vino blanco. Stacey le había conseguido una plaza en un programa experimental: el proyecto Nyx. Si la documentación que le entregaron en la farmacéutica era correcta, una sola de esas pastillas la dejaría frita, con el efecto añadido de poder elegir lo que iba a soñar. ¿Sería aquel el final de sus espantosas pesadillas? Deseaba creerlo con todas sus fuerzas, pero el terror estaba tan incrustado en sus entrañas que le costaba aceptar que hubiera una solución al penoso estado en el que se hallaba sumida.
El viaje en tren lo pasó pensando cuál sería su opción. Lo primero que le vino a la mente fue un viaje por mares paradisíacos a bordo de un velero. Si no podía llevarlo a cabo en la vida real, debido a su facilidad de marearse hasta en los ascensores, aquella era una buena elección. Además, disponía de píldoras para treinta días. En el caso de que la utopía funcionase, tendría un amplio abanico de aventuras para correr. Aventuras… ¿Por qué no añadir un poco de sal a su primera experiencia? Un capitán moreno de hombros torneados aferrado al timón no le haría daño. Fuera el efecto placebo o no, cenó en paz por primera vez en mucho tiempo y se acostó sin el pánico habitual. El prospecto recomendaba que cuando empezara a dormirse visualizara las imágenes más vividas de las escenas con las que deseaba soñar. Los componentes químicos, inocuos por supuesto, y los nanobots en el torrente sanguíneo directo a las sinapsis mentales harían el resto.
Despertó y tuvo que agitar el despertador como una coctelera para comprobar que habían transcurrido… ¡diez horas! Era increíble, tenía la sensación de que apenas acababa de cerrar los ojos. Se puso en pie, se estiró y recordó cada momento de lo que acababa de vivir. Y disfrutar… Conforme las sensaciones volvían a ella, envueltas en los cinco sentidos, el cosquilleo del placer se apoderaba de todo su cuerpo. No solo estaba en forma y descansada por completo, sino que estaba excitada hasta el punto de necesitar una ducha serena para tranquilizarse. Ese Nyx era la bomba, ya estaba deseando que llegara la noche de nuevo. Volvió a su puesto de trabajo, aunque no le esperaban debido a la baja laboral que arrastraba por el insomnio galopante. Una vez más, fue ella misma.
Y en su cama soñó. Y soñó que estaba soñando y en sus sueños, a veces, despertaba. Dejó el trabajo al poco de regresar. Se limitaba a pedir nuevas cajas de pastillas y vivir de la subvención de la empresa que fabricaba el Nyx. Se prestó como voluntaria a cuantos ensayos clínicos se propusieron, a pesar de ser advertida constantemente de los riesgos cada vez mayores.
Seis meses más tarde, la farmacéutica cerró el proyecto y quebró. Los sesenta sujetos presentaban una narcolepsia crónica y un nulo deseo de seguir con sus vidas fuera del mundo onírico en el que sus mentes habían quedado ancladas. Sarah, encerrada en una habitación de paredes mullidas, solo era capaz de balbucear: «quiero otro Nyx».
Date un gustazo
Le hubiera gustado disfrutar de su don cuando era joven, pero no fue hasta la senectud que descubrió que podía introducirse en las escenas de las fotografías. A través de sus álbumes revivió paseos junto a sus padres y su hermana, viajó a lugares maravillosos y visitó de nuevo a las amantes que creía perdidas. Volvió a sonreír. Todo ayudaba a mitigar los achaques y, sobre todo, la soledad de su vejez.
Disfrutó cuanto le fue posible hasta aquel día en que se le antojó el helado de melocotón de la feria de Primavera de 1934, un delicioso y letal shock anafiláctico.