Una baldosa más para la colección

baldosita

Llegó (y pasó) la Aste Nagusia 2018 y con ella el momento que más esperaba. La entrega de premios del Certamen Aste Nagusia. Además de encontrarme con amigos escritores, recogí mi accésit por mi relato «Aste Nagusia 2049». Reinvindicando la ciencia ficción en todos los ámbitos.

Sin más.

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Accésit relato Certamen Aste Nagusia 2018

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El jurado del Certamen de relato Aste Nagusia de Bilbao ha tenido a bien conceder un accésit a mi relato «Aste Nagusia 2049» en el que se narra una Semana Grande bilbaína un tanto distópica. Será publicado junto a los ganadores y otros relatos seleccionados en la antología anual que publica Mundopalabras. Para ir abriendo boca, os ofrezco el relato con el que el año pasado gané el premio Gargantúa en el mismo certamen. Porque la Aste Nagusia está llena de fantasía y sentido de la maravilla…

 

 

 

CERTAMEN INTERNACIONAL DE RELATO ASTE NAGUSIA 2104El diablo viste de Aste Nagusia

A Cristina Diosdado nada le parecía más grosero que el look de Marijaia. Desde su mesa de diseño de moda, se veía asaltada constantemente por la imagen mental de aquel andrajo colorido sobre el balcón del Arriaga. Su desasosiego aumentaba con la cercanía en fechas de las fiestas de Bilbao. Con lo hermoso que lucía San Fermín… Demontre, si hasta Celedón lucía cierta donosura en su descenso sobre los alaveses. En su calidad de asesora de imagen de ilustres mandatarios y celebridades, se había impuesto como cruzada personal librar a la Semana Grande bilbaína de tan nefasto símbolo. Ya se imaginaba la esbelta figura de una modelo confeccionada en rutilante cartón-piedra y cubierta de lentejuelas, el talle fino y la falda mínima. ¿No pretendían hacer de Bilbao un emblema de modernidad en el siglo XXI? Desde su posición de influencia, dejó caer aquí y allá insidiosos comentarios, susurrados al oído de ediles y junteros. Y esa nariz tan rústica, señoría, qué me va a decir usted a mí… Claro, excelencia, por supuesto que podría contar con mis servicios desinteresados, todo por nuestra amada Villa. Si tan siquiera los comparseros se mostraran menos inflexibles. Imposible, enarbolaban al espantajo como su bandera festiva, la protegían como si de su propia amatxu se tratara. La concordia entre las principales fuerzas vivas de la ciudad era tan importante para todos que, al final, todas sus gestiones y maledicencias cayeron en saco roto. Nadie estaba dispuesto a arriesgar su trasero apoltronado por Cristina y su proyecto.

—Señorita Diordado —el modelista tuvo buen cuidado de enfatizar la erre con la que la diseñadora adornaba su apellido—, entiendo su idea, aunque no alcanzo a vislumbrar en qué selecto escaparate o galería pretende encajar este… maniquí.

Cristina alzó las cejas desafiándole a continuar con sus quejas, aunque su visitante no se arredró por ello.

—El vestido es perfecto como casi todas sus creaciones, pero no entiendo a qué viene esa… pose.

—Haga su maldito trabajo. ¡Je suis une artiste! —le reconvino Cristina, golpeando con fuerza el diseño en la pantalla del ordenador. El susto del hombre fue su pírrica venganza por el «casi todas sus creaciones». Si no fuera el mejor en su trabajo, ya lo habría despellejado.

Una semana después, la dependienta de su exclusiva boutique entró en su despacho con el carmín a medio aplicar.

—Hay una señora que exige verla, señorita Diordado.

—¿¡Exige!? Cómo se atreve… —dijo con furia. De ordinario, habría pegado una bronca de las buenas a esa perezosa por irrumpir en su sancta sanctorum sin llamar y por molestarla con menudencias, pero llevaba días de los nervios y el tono de exigencia terminó por exasperarla del todo. —¿Quién es?

—No tengo ni idea —comentó la joven antes de salir tan deprisa que no hubo lugar a más preguntas.

Cristina se levantó en equilibrios sobre sus tacones. El furor le daba mareos. Salió sin cerrar la puerta pues tenía las manos ocupadas alisando las arrugas que el satén había dejado sobre sus ya no tan tersas carnes. Necesitaba concentración para planificar el golpe. El chupinazo, qué ordinariez, tendría lugar en tres días y aún no sabía cómo dar el cambiazo en el Arriaga antes de que la multitud beoda exigiera la presencia del icono festivo en el balcón. Ya no tendrían tiempo de reaccionar y, cuando vieran la perfección en los rasgos de la nueva modelo, miles de tuits la convertirían en el centro de atención del mundo de la moda. Recuperaría su lugar de una vez por todas y nadie querría de vuelta a aquel adefesio de ropas chillonas y vulgares. Si tan solo supiera cómo…

—¿Qué demonios? —acertó a preguntar cuando llegó a la planta baja, allí donde se exponían sus diseños de alta costura.

Como si sus más osados sueños se hubieran hecho realidad, la ocasión se había plantado ella solita ante su puerta. Parecía imposible, pero allí estaba, gorda y nariguda, tan desagradable con el tufillo a kalimotxo que debía usar como eau de toilette.

—Disculpe que me presente así, señorita Dios… Diordado. Me llamo Mari y tenemos un asunto que tratar, si usted me entiende.

Claro que la entendía. Cristina suavizó su rictus de inmediato, su boca mostrando la más dulce, y sibilina, de las sonrisas. Si la mujerona que tenía delante era la auténtica Marijaia, solo los divos sabrían cómo había ocurrido, lo tendría fácil para llevarse el gato al agua. No necesitaba cometer una ilegalidad para lograr sus propósitos, bastaría con «convencerla» de cualquier forma a su alcance para que fuera sustituida por su creación.

Mari subía las escaleras de caracol con paso firme pese a la estrechez del paso giratorio. Cualquiera diría que semejante soltura fuera posible en una mujer de su envergadura. Cristina, solicita, le cedió el paso y dejó que la precediera al entrar en su despacho.

—Después de usted —repuso en cambio Mari en un tono de voz inapelable.

Aquello no comenzaba con buen pie. Por Dior que esa Mari no se achicaba ante el lujo manifiesto de su lugar de trabajo. No bien se hubo sentado Cristina, Mari cerró la puerta tras de sí dando un único y sonoro golpazo, con sus ojos estrábicos fijos en los de Cristina.

«Mariiiii… Mariiiiii… Marijaia datoooooor», sonaba a todo volumen en los altavoces del Arenal. Cristina estaba en la antesala de la balconada del Arriaga. La Txupinera ya tenía el cohete listo y la multitud coreaba la dichosa cancioncita. Ella lo había planeado, iba a cambiar a la Marijaia por alguien más estiloso. Debería sentirse orgullosa pero, embutida como estaba en un cuerpo de cartón-piedra, no podía bajar los brazos ni quitarse aquella blusa tan espantosa.

 

Deja que Bilbao te cuente…

El pasado 20 de julio se presentó la antología Deja que Bilbao te cuente en el hotel Abando de Bilbao, un libro que recoge los relatos premiados y seleccionados en el pasado Certamen de relato Aste Nagusia. Tuve el honor de recibir de manos de los representantes de la Compañía Gargantúa de Bilbao la botella que me acredita como accésit de relato junto a la ganadora del mismo Idoia Ibarrondo. Además, comparto publicación, además de con otros compañeros, con mi hermana Elena que escribió un entrañable relato que fue seleccionado para aparecer en la antología. ¿Qué más se puede pedir? Bueno sí, ganarlo… Habrá que intentarlo de nuevo el año que viene.

Crónica de un txupinazo – Aste Nagusia 2015

Este es el relato con el que he participado en la última edición del Certamen Internacional Aste Nagusia de 2015. He querido esperar a sacarlo del baúl a una fecha especial: el día de comienzo de la Semana Grande de Bilbao. Espero que os guste.

Nueve días

Mari Jaia en el txupinazo. Relato del Certamen Internacional Aste Nagusia 2015
https://astenagusi.wordpress.com/
Las mariposas que le corrían por el vientre han quedado tan desmadejadas como ella después de revolotear entre las sábanas que le cubren medio cuerpo. Le gusta esa combinación de calor saciado y escalofrío de piernas y brazos al descubierto. No se pregunta si debe esconder la mirada con discreción cuando, con el trasero al aire, su amante ocasional cruza la habitación a saltitos para entrar en el cuarto de baño. ¿Por qué habría de hacerlo? Si ella lo ha estado permitiendo, si casi lo ha fomentado en más de un sentido, hora es de predicar con el ejemplo. Mientras él canturrea en el aseo, ella medita en silencio y llega a la conclusión de que ha merecido la pena. Por primera vez, se ha saltado todas las costumbres y no se arrepiente. Se enfrentará a quien sea, pero tenía que saber cómo es conocer a un hombre guapo y seducirlo. ¿Y qué si ha elegido a uno casado? Sabe, los dos lo saben, que va para unos días como máximo, que lo suyo no tiene futuro. Lo asumen con mentalidad de disfrutarlo mientras puedan. Acaba de pasar las mejores horas de su existencia en una noche de viernes que jamás olvidará. Allá él y su vida. Ella no tiene por qué esconderse.

Amanece el sábado, dieciséis de agosto, el día en que se perderá el primer txupinazo de su vida. Es mediodía y aún retoza en la cama con pereza de sexo satisfecho. Él ha salido temprano. Ni siquiera recuerda su nombre y él tampoco ha querido quedarse a desayunar. Lo entiende. Se debe a su familia, aunque no por ello ha dolido menos. ¿Será siempre así? No se ha enamorado, eso sí que tendría gracia. Es más bien la acumulación de sensaciones en un cuerpo que por fin se ha visto colmado. Ahora mismo no podría con otro asalto, está felizmente exhausta. Razón de más para que ninguna nostalgia sea comprensible. Es hora de salir de la habitación del hotel Abando. No ha escuchado el estallido en sus oídos, sino que ha palpitado en su pecho. Consumatum est. Se pregunta cómo habrán sido esos momentos en los que, tras la tensión acumulada durante el pregón, el txupinazo descorcha el espíritu festivo. La txupinera ha dado comienzo a la Aste Nagusia y, aunque le da miedo saber, no consigue vencer el impulso de salir a comprobarlo.

Colón de Larreategui es ya una calle repleta de gente. Aún falta una hora para la apertura de txosnas, pero tanto los bilbaínos como los numerosos visitantes están hambrientos de descubrir lo que la Semana Grande esconde para los próximos nueve días, de anticipar la fiesta en toda su extensión. Conforme se acerca al Arenal, bajando el puente a través de una verdadera marea humana, detecta los primeros detalles: la gente habla en corros sin alzar la voz, a pesar de tener que competir con los altavoces que emiten a todo volumen la segunda o tercera versión de Badator Marijaia de Kepa Junquera. Algo ha sucedido durante el txupinazo. Hay luces de policía y alguna sirena policial en medio del revuelo que se intuye en el Teatro Arriaga. El Arenal está lleno de una hostilidad que solo ella puede sentir, como si de pronto, todos los desconocidos que la rodean fueran a señalarla con el dedo como culpable de lo ocurrido allí. No ha sido buena idea. Decide cambiar de rumbo y retrocede lo justo para bajar por la rampa hacia el muelle de Ripa. En su pecho pugnan su amor por las fiestas y la sensación de que es una extraña que solo viaja al Botxo para vivir la Aste Nagusia. ¿Acaso no es todo una gran mentira hipócrita? La diversión se convierte en ceniza en su boca. Solo de pensar en acudir a los eventos de costumbre, los toros, la bajada de las comparsas o los concursos gastronómicos, le atenaza una náusea en las entrañas, esas que vibraban en la habitación del hotel tan solo unas horas antes. Eso sí que no se lo quita nadie. Se siente mujer como nunca antes, con pleno derecho sobre su cuerpo, sin que nadie decida por ella o le diga dónde y a qué hora debe estar. Reconfortada, continúa su paseo y descubre rincones que, en los años pasados, no ha tenido tiempo de admirar. La Universidad de Deusto o los puentes sobre la ría; los flamantes rascacielos y los jardines que la jalonan. Ese Bilbao, su Bilbao, que es futuro.

El paseo es revitalizante. Se cruza con turistas de todas clases, la brisa alivia el calor y aleja de su mente las preocupaciones para quedarse con el sentimiento de libertad, de la caricia ávida sobre la aspereza de su amante, de la excitación de lo clandestino. ¿Podrá volver a disfrutarlo? Da media vuelta. Quiere regresar al hotel, darse un largo baño y bajar a cenar. Le han recomendado las mollejas y ya casi puede saborearlas mientras rodea la pasarela del Zubizuri. Y después, volver a encontrarse con él. Le ha prometido un par de horas robadas a su familia. La punzada culpable dura tan solo un segundo, lo que tarda en recordar el ronco gemido de placer en su oído. Por un rato, casi se olvida de todo.

Se ha desviado para ver el interior del gimnasio en el complejo de las torres de Isozaki. En los enormes ventanales puede ver el reflejo de dos rostros que, por anodinos, reconocería en cualquier parte. Están de nuevo tras su pista, si es que la han abandonado en algún momento. Pero no, Él no le habría permitido seguir con esta bella locura de saber que… Ella está atada a Él de por vida, por la promesa de su propia madre. Sube corriendo las escaleras en dirección a Mazarredo, en un vano intento por despistarlos. Si consigue llegar al Arenal puede perderse entre el gentío, pero está demasiado lejos. Angustiada, aviva el paso hacia los Jardines de Albia. Tal vez pueda confundirse con los que alternan entre las txosnas del Palacio de Justicia, el Café Iruña y el ambiente de la calle Ledesma. Ya lo divisa cuando deja atrás el Colegio de Abogados. La esperanza acaricia sus mejillas como la brisa de la ría hace tan solo unos minutos. En vano. Dos manos férreas la sujetan por ambos antebrazos. Para ella ha terminado la Aste Nagusia. Su momento de gloria.

Hace generaciones que no ha estado en su presencia, pero no ha olvidado lo imponente que llega a ser, lo diminuta que la hace sentir.

—No voy a suplicar tu perdón —dice con una valentía que no siente—. Haz de mí lo que creas conveniente, mas no hallarás arrepentimiento.

—Mi dulce Mari, sabes que te quiero como a la hija que nunca he tenido. Sabes, también, que no fue por mi voluntad que quedaras atada a las montañas, a cambiar de residencia cada siete años. Desde tu morada en la cara este del Anboto, has atendido a tus fieles y los ayudado a vencer a mi oscuridad con la eguzkilore, la flor del sol. Una y otra vez he permitido que impartas justicia y castigues la mentira. Eres libre de ir y venir por tus dominios.

Ella asiente cabizbaja. Sabe lo que viene a continuación. La voz tonante se tiñe de la impaciencia de siempre.

—A cambio, solo te he exigido cada año nueve días de tu vida, que desciendas a la ciudad y permitas a los seres humanos gozar de la fiesta y, a ser posible, liberar su bajos instintos para olvidarse de sus problemas por unas horas. Y ahora decides que esos días son demasiado, que han de ser también para ti. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

—¿Egoísta dices? —estalla Mari. Da por buenas las breves horas vividas en auténtica libertad, bajo la amenaza, sí, pero dueña de su destino—. Es la primera vez que me he sentido viva de verdad. No he hecho sino servir desde mi concepción. ¿Acaso es tanto pedir? Solo quería probar unas gotas de ese elixir que es la vida…

Su mirada le pesa, no le queda más remedio que encogerse. Es demasiado poderoso. Un solo pensamiento y ella desaparecería para siempre, incluso del recuerdo de sus cada vez más escasos fieles. «No me lo puede quitar todo. Esas horas han sido solo mías». Se prepara para la tormenta que se cierne y, por ello, se sorprende cuando la voz que le habla es ahora paternal.

—Los tiempos cambian. Tal vez sea hora de que nos pleguemos a sus corrientes. —Hace una pausa, parece resistirse a su propia decisión—. Esto es lo que harás y no hace falta que te diga que no es negociable. Volverás y serás el alma de la fiesta como lo has venido siendo hasta ahora. A cambio, podrás vivir la vida a tu aire durante otros nueve días, antes de regresar a tus montañas. Que el fuego que da fin a las festividades sea el de tu liberación. Así sea. Ahora…, fuera de mi vista.

Los bilbaínos suspiran aliviados ante la noticia: en las horas que siguen al amanecer del lunes de Aste Nagusia, en los almacenes del Teatro Arriaga han hallado a Marijaia, desaparecida desde el viernes. El txupinazo no fue el mismo sin ella, pero ahora podrán seguir disfrutando de su Semana Grande.