Mester de brujería – Cantigas de Inesia y Rapaz

Hoy tengo el placer de anunciar oficialmente el lanzamiento de una nueva novela. El mérito no es sólo mío, he tenido el placer de disfrutar de su escritura junto a la escritora Marta Estrada y, como añadido extra, va a salir ilustrada por Mario García (buscadlo en Instagram como @marius.1964 y flipadlo un poquito). Como adelanto, hoy os muestro una de esas ilustraciones que el pintó en color y que en el libro irá en blanco y negro. Aunque la imagen ya la hemos mostrado en Instagram y Facebook, no os quedáis sin primicia. La sinopsis:

Escapé de una celda con licor y una canción, sólo para terminar pegado a una silla de montar.

Me colé en la tumba de un brujo y conseguí su anillo…, a cambio de uno de mis dedos.

He tocado el laúd ante un rey, pero acabé bañado en sangre.

Viajé por la Hispania oculta en busca del portal de los mundos.

Me llamo Rapaz, y seguro que no has oído hablar de mí.

Escapé de Loviara con la apariencia de un mozo y, perseguida por el hielo, acabé donde quería:adosada a un bardo errante.

Sobreviví al rescate de una aldeana,secuestrada en la cueva del río, aunque en el empeño perdí a mi niña interior.

He tocado con el alma la brutalidad del Alto Oficio y acabé bañada en lágrimas de sangre.

Viajé por la Hispania oculta en busca de mi padre.

Me llamo Inesia, y seguro que no has oído hablar de mí.

Así leáis lo acontecido en este viaje, y de los esfuerzos y padecimientos hasta alcanzar un destino que cambió nuestro mundo… y nuestras vidas.

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AIRE PARA RECORDAR

La Guardia le sigue de cerca. Sabe, por instinto, que no debe demorarse y, sin embargo, no puede evitar salir de la calzada y caer de rodillas.
Pasado el mal trago, cuando va a reanudar la marcha, descubre ante él a una anciana de mirada triste, surgida de ninguna parte.
—Rapaz, si vas a llevar contigo algo de tu tierra, llena este frasco. —La voz de la mujer es consuelo, caricia de una madre, mientras le entrega dos recipientes.
—¿Y el otro?
—Es para que guardes aire cargado de sal, de historias de tu gente, del mar…

Muchas leguas después, mientras rebusca en su zurrón, se percata de que no le había dicho su nombre…


LECTURA EN EL VALLE DEL SILENCIO

Yo lo hubiera llamado el Valle del Silencio, aunque no era su nombre en los mapas. Aldeas quietas donde la niebla podía ser la misma durante decenios y los mocosos parecían ser siempre los mismos niños. El ganado pastaba la misma hierba y los labriegos araban, una y otra vez, idénticos surcos.
Desde que mi caballo decidiera descansar para siempre en una cuneta, había caminado con mi equipaje hasta dejar mis botas en penoso estado. Necesitaría de un zapatero antes de dejar atrás aquel lugar apartado de los dioses. La siguiente población, apenas una decena de casas de adobe y leña, me salió al paso tras una curva del rio en el momento en el que la noche se había apropiado de ella.
Ni una moneda pesaba en mi bolsa, tendría que buscarme la vida en el villorrio. Las casas estaban cerradas con maderos y apenas escapaba alguna luz por las rendijas. Hasta el rio discurría sin ruido, perdí la esperanza de hallar cobijo y me preparé para una noche, otra, a la intemperie y con los pies helados, cuando escuché un sonido fin, como de puerta abierta y rumor de pasos. No me costó localizar la edificación, por así llamarla, que daba señales de vida. ¿Una taberna? Tal vez dejaran dormir a un viajero solitario junto al fuego a cambio de una canción.
Empujé la puerta con el hombro y pasé al interior, apenas más cálido que el relente de la luna. Mi saludo apenas hizo girar un par de caras, la mitad de los parroquianos reunidos en torno a una mesa destartalada. No parecía haber un tabernero al cargo ni una mesa libre. La fuerza de la costumbre me llevó a descolgar el laúd y sacarlo de su funda con la esperanza de que su mera aparición iluminara el lugar. En cambio, continuaron bebiendo en silencio.
—¿Compartirán bebida y calor con este bardo de escasa fortuna? Un vaso de vino, un tarugo de pan mellado y un lugar junto al fuego a cambio de música e historias.
—Necesitas arreglos además de sustento, viajero —respondió uno que oteaba mi calzado con una mirada algo menos bovina.
—Tenéis ojo avispado, maese. Podéis llamarme Rapaz si os place. Viajo al Norte pero me hallo en apuros.
—No encontraréis oídos para vuestro arte aquí…, aunque tal vez podamos servirnos de ayuda mutua. Sin duda sabrás leer.
—En tres lenguas distintas. Es mi maldición.
***
Acepté su oferta de acompañarlo hasta su casa. Por el camino me contó que hacía una semana un jinete le había entregado una carta y necesitaba de alguien que se la leyera. Se sentó junto al fuego con una pieza de buen cuero y agujas para coser mis botas tras ofrecerme, a modo de pago anticipado, cerveza tibia y algo de queso compartido. Pasé la vista sobre el pergamino. La caligrafía era regular y limpia. No era lo que uno esperaba encontrar en semejante plaza. Aclaré la voz y me dispuse a leer.
—Querido hermano. Hace años que no sabemos uno del otro. Créeme cuando te digo que he tenido que esforzarme para hallarte, pues despareciste a conciencia. —Se suavizó el ceño de mi oyente, como si fuera una broma privada—. Te escribo desde Tudelium y será lo último que sepas de mí. Por desgracia, me aqueja una enfermedad que ninguno de los sanadores ha sabido tratar, causándome innumerables sufrimientos.
»Nos separamos con ira, sin compartir la misma visión y ambos dijimos cosas que, con el tiempo, he aprendido a lamentar. No es posible desandar el camino, pero quiero que sepas que siempre has estado en mis pensamientos, con la esperanza de que la vida te diera una segunda oportunidad como hizo conmigo.
»Has de saber que no conseguí mis propósitos y que la Corte no era lo que mis sueños me habían ofrecido. Puede que te digan que tuve parte en la conspiración contra nuestro buen rey Tadeo, mas no has de creerlo. Los cortesanos ávidos del favor del soberano lo predispusieron contra mí, a pesar de no contar con pruebas fidedignas. Presionado por el poderoso Primer Mayordomo me desterró, si bien le estoy agradecido por evitarme la pública ejecución. Aun tuvo el ánimo de proporcionarme los medios para una buena vida en el exilio.
»En las últimas horas de mi vida, he dispuesto que mi legado sea entregado a ti, en purga de mis actos pasados. Acompaño a esta misiva una bolsa de piedras preciosas para que puedas viajar hasta la ciudad. El Procurador Real te hará entrega de mi hacienda a tu llegada.
El hombre había dejado de coser, aunque me pareció ver un brillo en sus ojos que no tenía cuando lo encontré en aquel tugurio. Aproveché para añadir:
—Estoy seguro de que seguirás reacio a aprender los misterios de la lectura, por lo que recomiendo encarecidamente un dispendio adicional para quien el contenido de esta carta te haga llegar…
***
Las botas no se rompieron. Me proporcionaron buen servicio durante leguas sin fin y disfruté de buenos momentos merced a la esmeralda de fuego que añadió a mis honorarios, a pesar de que el bardo relator no fue del todo sincero.


LECTURA EN EL VALLE DEL SILENCIO

Yo lo hubiera llamado el Valle del Silencio, aunque no era su nombre en los mapas. Aldeas quietas donde la niebla podía ser la misma durante decenios y los mocosos parecían ser siempre los mismos niños. El ganado pastaba la misma hierba y los labriegos araban, una y otra vez, idénticos surcos.
Desde que mi caballo decidiera descansar para siempre en una cuneta, había caminado con mi equipaje hasta dejar mis botas en penoso estado. Necesitaría de un zapatero antes de dejar atrás aquel lugar apartado de los dioses. La siguiente población, apenas una decena de casas de adobe y leña, me salió al paso tras una curva del rio en el momento en el que la noche se había apropiado de ella.
Ni una moneda pesaba en mi bolsa, tendría que buscarme la vida en el villorrio. Las casas estaban cerradas con maderos y apenas escapaba alguna luz por las rendijas. Hasta el rio discurría sin ruido, perdí la esperanza de hallar cobijo y me preparé para una noche, otra, a la intemperie y con los pies helados, cuando escuché un sonido fin, como de puerta abierta y rumor de pasos. No me costó localizar la edificación, por así llamarla, que daba señales de vida. ¿Una taberna? Tal vez dejaran dormir a un viajero solitario junto al fuego a cambio de una canción.
Empujé la puerta con el hombro y pasé al interior, apenas más cálido que el relente de la luna. Mi saludo apenas hizo girar un par de caras, la mitad de los parroquianos reunidos en torno a una mesa destartalada. No parecía haber un tabernero al cargo ni una mesa libre. La fuerza de la costumbre me llevó a descolgar el laúd y sacarlo de su funda con la esperanza de que su mera aparición iluminara el lugar. En cambio, continuaron bebiendo en silencio.
—¿Compartirán bebida y calor con este bardo de escasa fortuna? Un vaso de vino, un tarugo de pan mellado y un lugar junto al fuego a cambio de música e historias.
—Necesitas arreglos además de sustento, viajero —respondió uno que oteaba mi calzado con una mirada algo menos bovina.
—Tenéis ojo avispado, maese. Podéis llamarme Rapaz si os place. Viajo al Norte pero me hallo en apuros.
—No encontraréis oídos para vuestro arte aquí…, aunque tal vez podamos servirnos de ayuda mutua. Sin duda sabrás leer.
—En tres lenguas distintas. Es mi maldición.
***
Acepté su oferta de acompañarlo hasta su casa. Por el camino me contó que hacía una semana un jinete le había entregado una carta y necesitaba de alguien que se la leyera. Se sentó junto al fuego con una pieza de buen cuero y agujas para coser mis botas tras ofrecerme, a modo de pago anticipado, cerveza tibia y algo de queso compartido. Pasé la vista sobre el pergamino. La caligrafía era regular y limpia. No era lo que uno esperaba encontrar en semejante plaza. Aclaré la voz y me dispuse a leer.
—Querido hermano. Hace años que no sabemos uno del otro. Créeme cuando te digo que he tenido que esforzarme para hallarte, pues despareciste a conciencia. —Se suavizó el ceño de mi oyente, como si fuera una broma privada—. Te escribo desde Tudelium y será lo último que sepas de mí. Por desgracia, me aqueja una enfermedad que ninguno de los sanadores ha sabido tratar, causándome innumerables sufrimientos.
»Nos separamos con ira, sin compartir la misma visión y ambos dijimos cosas que, con el tiempo, he aprendido a lamentar. No es posible desandar el camino, pero quiero que sepas que siempre has estado en mis pensamientos, con la esperanza de que la vida te diera una segunda oportunidad como hizo conmigo.
»Has de saber que no conseguí mis propósitos y que la Corte no era lo que mis sueños me habían ofrecido. Puede que te digan que tuve parte en la conspiración contra nuestro buen rey Tadeo, mas no has de creerlo. Los cortesanos ávidos del favor del soberano lo predispusieron contra mí, a pesar de no contar con pruebas fidedignas. Presionado por el poderoso Primer Mayordomo me desterró, si bien le estoy agradecido por evitarme la pública ejecución. Aun tuvo el ánimo de proporcionarme los medios para una buena vida en el exilio.
»En las últimas horas de mi vida, he dispuesto que mi legado sea entregado a ti, en purga de mis actos pasados. Acompaño a esta misiva una bolsa de piedras preciosas para que puedas viajar hasta la ciudad. El Procurador Real te hará entrega de mi hacienda a tu llegada.
El hombre había dejado de coser, aunque me pareció ver un brillo en sus ojos que no tenía cuando lo encontré en aquel tugurio. Aproveché para añadir:
—Estoy seguro de que seguirás reacio a aprender los misterios de la lectura, por lo que recomiendo encarecidamente un dispendio adicional para quien el contenido de esta carta te haga llegar…
***
Las botas no se rompieron. Me proporcionaron buen servicio durante leguas sin fin y disfruté de buenos momentos merced a la esmeralda de fuego que añadió a mis honorarios, a pesar de que el bardo relator no fue del todo sincero.


CANCIÓN DE ACERO Y BARRO

El martillo golpea el yunque con cadencia de penalidad. Atado está el herrero a la fragua del infame. Una vida de esclavo.
Le da su esposa una daga inservible que él, en secreto, transforma en ternura de aleación a fuerza de mazazos. Canto de forja que transforma el arma en espada corta que, oculta entre sus ropas, acompaña y protege a la mujer y su pequeño por los caminos de la fuga.

Han pasado los años y Rapaz se ha convertido en un buen mozo que, de posada en posada, acompaña al laúd los versos de su madre, canción de amor perdido en letras de libertad que llaman a la rebelión.

CANCIÓN DE ACERO Y BARRO

El martillo golpea el yunque con cadencia de penalidad. Atado está el herrero a la fragua del infame. Una vida de esclavo.
Le da su esposa una daga inservible que él, en secreto, transforma en ternura de aleación a fuerza de mazazos. Canto de forja que transforma el arma en espada corta que, oculta entre sus ropas, acompaña y protege a la mujer y su pequeño por los caminos de la fuga.

Han pasado los años y Rapaz se ha convertido en un buen mozo que, de posada en posada, acompaña al laúd los versos de su madre, canción de amor perdido en letras de libertad que llaman a la rebelión.