Pablo no estaba cómodo, no encontraba la postura. Le picaba el acné, hacía calor y tenía sed, pero no le daría esa satisfacción a la gruesa mujer con gafas de pasta y aspecto de reptil que le acechaba tras el mostrador. Lo que de verdad importaba era el logotipo que colgaba de la pared sobre ella: Furia Records.
La lenta tortura se prolongó todavía media hora en la que Pablo estuvo seguro de que el señor Pons no estaba sino jugando al golf sobre la moqueta para ponerle más nervioso. Sin embargo, no pudo evitar el respingo cuando la iguana anunció que podía pasar al despacho.
Pablo no se iba a dejar amilanar. Eran ellos los que le habían llamado (bueno, no solo a él, sino al grupo), se mostraría seguro de sí. A pesar de la magnificencia del despacho, de dimensiones realzadas por la decoración minimalista, entró con paso firme y caminó largo hasta alcanzar la mesa de Pons, un hombre apoltronado embutido en una camisa negra de marca, estúpida melenita rematada en coleta y medallón de oro asomando entre el vello.
—Bienvenido al templo del rock, chaval —¿Chaval? De qué iba aquel tipejo. Tenía diecisiete, no era un crío. Podía vender la maqueta a quien quisiera. Dentro de tres meses podría firmar contratos—. Veo que has venido solo… me gusta.
—Soy el líder de la banda. Yo compongo la música, hago los arreglos y escribo gran parte de las letras. Ellos son…, bueno, son mis amigos de toda la vida.
—Lo sé, Pablo. —Pons hizo un gesto de apaciguamiento—. Tienes las ideas claras, así que te hablaré sin tapujos.
El dueño de la discográfica adelantó el cuerpo sobre la mesa, ampliando el manto de su sombra sobre un Pablo que parecía un gorrión mojado en una acera.
—No hubiera escuchado vuestra maqueta —continuó— de no haber sido por todo ese follón que se montó en la sala Parking hace unas semanas, ¿me sigues?
Pablo se limitó a asentir. No le gustaba que todavía lo relacionasen con aquello.
—Me gusta vuestro estilo. Es fresco, joven, lo que necesita la Movida, ¿ok? —No le dejó responder. Pons hablaba y él solo podía escuchar—. Sin embargo, habrá que hacer algunos cambios.
—¿Cambios? —Pablo tenía la lengua de celofán. Hasta le salió un gallo al preguntar y se sonrojó.
—Mira, Pablo, el mercado no está para más bandas de jovencitos guapos, si me lo permites. Busco un solista carismático.
Le jodió que le llamara guapo. Tuvo una fugaz visión de Pons perdiendo aceite con un pañuelo rojo asomando en el bolsillo trasero.
—Somos una banda —sentenció con arrojo—. No dejaré atrás a mis colegas.
—Desde el momento en que has dicho «no dejaré atrás» has aceptado que no los necesitas —insistió Pons.
—Yo no dejo tirado a nadie. Lo siento, señor Pons —y comenzó a levantarse.
El productor no soltó la presa. Dio una palmada sobre la mesa que sonó como un disparo y casi detiene el pulso de Pablo.
—Mira, chaval —extendió un papel alargado sobre el escritorio. Sin mirarlo Pablo preguntó:
—¿Qué es?
—No has visto un cheque en tu vida, ¿verdad? Es solo el primero de muchos.
Picado, Pablo se acercó al documento y leyó una cifra con muchos ceros. La saliva se le atascó en la garganta.
—Un adelanto sobre el primer álbum de… Gavilán.
Eran sus amigos y Pablo no los abandonaría. Los marines nunca lo hacían. El vértigo de la fortuna le provocaba un ligero mareo, la música era su vida y esta era su oportunidad. «Carrera en solitario», las palabras rebotaban tras sus párpados como la bola en una máquina del millón.
—Tengo que pensarlo, señor Pons —dijo en la certeza de que ya estaba claudicando.
—La oferta expira en cinco minutos. Sabes lo que significa expirar, ¿verdad, chaval? Firma con nosotros y te haré grande. Giras, fans y limusinas. No te faltará de nada. Sal por esa puerta y me encargaré personalmente de que solo puedas tocar en el garaje de mamá, ¿estamos?
No hizo falta más. Pablo dejó de ser un gorrión para convertirse en gavilán.
Me gusta aún más que la anterior entrega… Y ya me gustó mucho… Pregunta de concurso. ¿Qué haríamos los demás puestos ante el dilema milenario y millonario al que se enfrenta Pablo? ¿Qué haría yo?
Lamento decir que no lo tengo muy claro. Ojalá no me vea jamás en una situación así. Porque no hay decisión buena cuando se necesita vender el alma. Pobre Pablo. No le envidio la suerte.
Espero ansiosamente la siguiente entrega. Deseo ver un nuevo trazo en este dibujo de una vieja gloria. Un saludo!…
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Gracias por el comentario. Iremos juntando piezas para completar el retrato. No siempre es o será lo que parece.
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