El sacerdote le dio la absolución. Doña Blanca se había acusado de mantener, a espaldas de su marido, un romance secreto con Tomasito y no había escatimado detalles. Si le imponía una penitencia leve, puede que ella intuyese que no la creía y lo que el cura deseaba era la felicidad de Doña Blanca, aunque fuera tan solo en su más íntima fantasía.
Supongo que el confesor pensó que más valía un desliz adulterado que un adulterio consumado. Una confesión interesante.Un abrazo.
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Sutileza siempre en tus comentarios, querida Esther. Gracias por la visita y por tus certeras palabras. Un abrazo.
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Difícil absolución cuando se piensa en la felicidad ajena.
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Hacer el bien es lo importante, lo demás es puro trámite. Ala, qué bien me ha quedado, si hasta parece una cita de un filósofo 🙂 Un abrazo, Rosa.
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