«Las facturas son la gruesa maroma que nos sujeta a la realidad».
K. Astur
La entresaca de folletos publicitarios y el rasgar de sobres con el esmalte de uñas exhausto son un ejercicio de obstinado apretar de dientes. Jorge arrastra las zapatillas por el linóleo hasta la encimera donde Amalia ha dejado caer al descuido el fajo de papeles que trae del buzón.
—Ponte algo de ropa —le dice sin ganas, para que él conteste lo de siempre:
—Si no voy a salir de casa…
—Un poco de aire no te vendrá mal.
Y entonces viene la carita de cachorro apaleado, sin afeitar, el pelo despeinado y las manchas en la camiseta de tirantes.
—He regado las plantas —se excusa y ella lo besa en la frente mientras le acaricia las lorzas.
—¿Has cenado ya?
—Siéntate, ya te preparo algo —contesta, solícito.
Amalia se quita los zapatos y los amontona bajo la silla, no le apetece llegarse hasta el taquillón. Escucha cómo forcejea Jorge con unas latas en la cocina y se entretiene en clasificar el odioso correo. Aviso de la compañía de gas, extractos bancarios diversos, un sobre rosa con sus nombres escritos a mano, operación Renove para las ventanas, enciclopedias de autoayuda, descuentos de ensueño en una liquidación de alfombras persas, más extractos de la caja de ahorros o la proterva compañía de teléfonos anunciando la eliminación del roaming como si fuera una concesión graciosa y no un imperativo legal. Cuando va a hacer una bola de papel con los panfletos, nota que el fucsia es bastante grueso. Jorge y Amalia en letra redonda, de niña buena, de la que se escribe despacio y la lengua entre los dientes. Jorge y Amalia, formando un paquete indisoluble como en los viejos tiempos tras una serie de sobres en los que solo figuro yo porque el negocio de Jorge se esfumó y no puede tener nada a su nombre. Le llega el aroma a sardinas en tomate y se da cuenta de que tiene más apetito del que debiera tras una jornada de vender ropa confeccionada en Extremo Oriente y aguantar los roces “involuntarios” del encargado. ¿Quién escribe a mano en un sobre rosa los nombres y no pone la dirección? Alguien se ha tomado la molestia de colarse en el portal y meterlo en el buzón en persona. «¿Han llamado al portero automático, cariño?». Le llega su voz desde la cocina, le dice que sí, pero que no ha contestado y solo ha pulsado del botón de apertura. Con la que está cayendo… cualquier día se encuentra en la puerta a un cobrador del frac y él tan campante.
Abre el sobre y huele el perfume que se mezcla con las sardinas del plato que le pone delante, pisando la esquina de algunos papeles del banco, junto a medio envase de paté y algo de pan del que ha comprado por la mañana. «Come», le dice y le arrebata el sobre de entre los dedos. Se asoma al interior entre la pinza de sus dedos, dejando manchas de grasa en los bordes. «Nos vamos de boda», anuncia con una sonrisa, como si le hubieran dado una buena noticia. «¿Quién?», pregunta Amalia y Jorge contesta que la prima Silvia, la de Ciluengos. Deja de untar el paté y murmura una palabrota que enarca las cejas sin arreglar de Jorge. «Tú alucinas, lo mismo piensas ir en camiseta», le espeta Amalia señalando sus axilas peludas. Se levanta y deja la comida en la mesa. Ya no tiene hambre, solo ganas de quitarse el maquillaje de oferta y quedarse a solas con el espejo del aseo. Oye las zapatillas de Jorge por el pasillo. Mientras desliza el algodón por el contorno de sus tristezas, le ve mirarla desde la puerta con una mano en cada jamba y esa expresión de perpetuo arrepentimiento.
«A ver cómo te excusas, Jorge. Yo paso», anuncia sin darse la vuelta aunque se le vea la derrota. «El membrete es precioso», le contesta Jorge como si eso lo arreglara todo. «Quedan dos meses, ya me saldrá algo». Amalia estrella el desmaquillador contra el lavabo y le llama idiota. Con unos arreglos, puede volver a ponerse el vestido de flores o pedirle uno a Eva, que tienen la misma talla. A Jorge aún le quedan corbatas.
Mañana no podrá negarse a las insinuaciones del baboso de su jefe.
Muy bueno, Pedro.
Rutina, hastío, decadencia… Y una realidad, que no entiende de empatía, y no ayuda. Un relato de esos que mancha, como la vida.
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Gracias, Andoni. Ojalá pudiéramos ser más alegres , pero es cierto que no siempre podemos. Lo importante es que no nos derroten.
Un abrazo.
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Me atrevería a decir que en la vida real la gente hace cosas todavía peores para conseguir dinero; por ejemplo, pedir un préstamo para comprar una entrada de fútbol. Sin embargo, en el cuento nos reímos y en la vida real no. Qué estupenda es la literatura.
Un abrazo.
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Lo peor no es la forma de conseguir el dinero. Lo verdaderamente obsceno puede ser en qué lo empleamos.
Un abrazo, querido amigo.
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